sábado, 5 de septiembre de 2009

En coma.

Aquella pastilla que intentó tomar para calmar el desgarramiento de su alma, sustituyó el deseo de permanecer consciente. No deliraba, pero decidió dejar desvanecer su espíritu entre el recóndito muladar que escondía su cerebro. Encendió la luz y se perdió bajo la sábana, alucinando sólo por aquel fragmento de tiempo que su inteligencia costaba el sacrificio de un pensamiento. Intentó la destrucción de un cuerpo, su participación ilícita en el más buscado concurso de permisos.
Regresó en estado vegetativo al mundo, nadie alcanzó a secar su última lágrima, derramada en eterna pureza, y fue esa lágrima la que quemó la mano del sobreviviente. Derrepente ingresó en un estado de coma, era lo perfecto para el legado de su sangre, aquella herencia oscura, putrefacta que sería el símbolo de una permanente generación.
Sabía que nadie conocía la inspiración de sus ojos, ni la melancolía de su aliento.
Ahora una cadena sujeta la muñeca, y direcciona el puñal que se conducirá hacia el cuello enemigo... ahora, por última vez...

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